Mateo 3:3
Pues éste es aquel de quien se habló por medio del profeta Isaías, cuando se dijo: “Voz de uno que clama en el desierto: 2Preparad el camino del Señor; enderezad Sus sendas”.
32 El camino, semejante a una calle, y las sendas, semejantes a callejones, son una descripción del corazón del hombre con todas sus partes. Arrepentirse ante el Señor con todo el ser y con todo el corazón, y permitir que el Señor entre, equivale a preparar el camino del Señor. Permitir que el Señor llegue a ocupar cada parte de nuestro corazón, incluyendo la mente, la parte emotiva y la voluntad, equivale a enderezar las sendas del Señor. Por lo tanto, preparar el camino del Señor y enderezar Sus sendas equivale a cambiar nuestra perspectiva, volver nuestra mente hacia el Señor y hacer que nuestro corazón sea recto, a fin de que, mediante el arrepentimiento, cada parte y cada senda de nuestro corazón sea enderezada por el Señor por causa del reino de los cielos (Lc. 1:16-17).
Mateo 28:19
Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, 3bautizándolos *en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo;
193 El bautismo traslada las personas arrepentidas de su condición anterior a una condición nueva, poniendo fin a su vieja vida y haciendo germinar en ellas la nueva vida de Cristo a fin de que sean el pueblo del reino. El ministerio promotor de Juan el Bautista comenzó con un bautismo preliminar, un bautismo por agua solamente. El Rey celestial, después de llevar a cabo Su ministerio en la tierra, de pasar por el proceso de la muerte y resurrección, y de hacerse el Espíritu vivificante, exhortó a Sus discípulos a que bautizaran en el Dios Triuno a las personas que también se habían hecho discípulos. Este bautismo tiene dos aspectos: el aspecto visible por agua, y el aspecto invisible por el Espíritu Santo (Hch. 2:38, 41; 10:44-48). El aspecto visible es la expresión, el testimonio, del aspecto invisible, mientras que el aspecto invisible es la realidad del aspecto visible. Sin el bautismo invisible hecho por el Espíritu, el bautismo visible por agua es vano, y sin el bautismo visible por agua, el bautismo invisible por el Espíritu es abstracto e impracticable. Ambos son necesarios. Poco después de que el Señor mandó a los discípulos que llevaran a cabo este bautismo, Él los bautizó a ellos y a toda la iglesia en el Espíritu Santo (1 Co. 12:13), los judíos el día de Pentecostés (Hch. 1:5; 2:4) y los gentiles en la casa de Cornelio (Hch. 11:15-17). Luego, sobre esta base los discípulos bautizaban a los recién convertidos (Hch. 2:38) no sólo en agua sino también en la muerte de Cristo (Ro. 6:3-4), en Cristo mismo (Gá. 3:27), en el Dios Triuno (v. 19), y en el Cuerpo de Cristo (1 Co. 12:13). El agua, que representa la muerte de Cristo y Su sepultura, puede considerarse una tumba en la cual se pone fin a la vieja historia de los bautizados. Puesto que la muerte de Cristo está incluida en Cristo, puesto que Cristo es la corporificación misma del Dios Triuno (Col. 2:9), y puesto que el Dios Triuno es uno con el Cuerpo de Cristo, bautizar a los nuevos creyentes en la muerte de Cristo, en Cristo mismo, en el Dios Triuno y en el Cuerpo de Cristo hace una sola cosa: por un lado, pone fin a su vieja vida, y por otro, hace germinar en ellos la vida nueva, la vida eterna del Dios Triuno, para el Cuerpo de Cristo. Por lo tanto, el bautismo ordenado aquí por el Señor saca al hombre de su propia vida y lo pone en la vida del Cuerpo para el reino de los cielos.
Marcos 16:16
El que 1crea y sea bautizado, será salvo; mas el que no crea, será condenado.
161 Creer (véase la nota 153 del cap. 1) es recibir al Salvador-Esclavo (Jn. 1:12) no sólo para obtener el perdón de pecados (Hch. 10:43), sino también para ser regenerados (1 P. 1:21, 23). Los que así creen llegan a ser hijos de Dios (Jn. 1:12-13) y miembros de Cristo (Ef. 5:30) en una unión orgánica con el Dios Triuno (Mt. 28:19). Ser bautizado es afirmar esto al ser sepultado para poner fin a la vieja creación por medio de la muerte del Salvador-Esclavo y al ser resucitado, levantado, para ser la nueva creación de Dios por medio de la resurrección del Salvador-Esclavo. Tal bautismo es mucho más avanzado que el bautismo de arrepentimiento predicado por Juan (1:4; Hch. 19:3-5). Creer y ser bautizado así son dos partes de un paso completo que se da para recibir la plena salvación de Dios. Ser bautizado sin creer es simplemente un rito vacío; creer sin bautizarse es sólo ser salvo interiormente sin dar una afirmación exterior de la salvación interior. Estos dos deben ir a la par. Además, el bautismo en agua debe ir acompañado del bautismo en el Espíritu, tal como los hijos de Israel fueron bautizados en el mar (el agua) y en la nube (el Espíritu), 1 Co. 10:2; 12:13.
Juan 1:17
Pues la 1ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la realidad vinieron por medio de Jesucristo.
171 La ley hace exigencias al hombre conforme a lo que Dios es; la gracia le suministra al hombre lo que Dios es a fin de satisfacer las exigencias divinas. La ley, en su mayor expresión, era solamente un testimonio de lo que Dios es (Éx. 25:21), pero la realidad es la aprehensión de lo que Dios es. Por medio de la ley ningún hombre puede participar de Dios, pero la gracia capacita al hombre para que disfrute a Dios. La realidad es Dios hecho real para el hombre, y la gracia es Dios disfrutado por el hombre.
Juan 3:15
para que todo aquel que en Él cree, tenga 1vida eterna.
151 Ésta es la vida divina e increada de Dios, la cual no solamente es perpetua con respecto al tiempo, sino también eterna y divina en naturaleza. Así también en los vs. 16 y 36.
Juan 7:39
Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en Él; pues aún no había el 1Espíritu, porque Jesús no había sido aún glorificado.
391 El Espíritu de Dios estaba presente desde el principio (Gn. 1:1-2), pero cuando el Señor dijo esto, aún no había el Espíritu como Espíritu de Cristo (Ro. 8:9), como Espíritu de Jesucristo (Fil. 1:19), porque el Señor aún no había sido glorificado. Jesús fue glorificado cuando resucitó (Lc. 24:26). Después de la resurrección de Jesús, el Espíritu de Dios llegó a ser el Espíritu del Jesucristo encarnado, crucificado y resucitado, quien fue impartido en los discípulos cuando Cristo sopló en ellos la noche del día que resucitó (20:22). Ahora el Espíritu es el “otro Consolador”, el Espíritu de realidad que Cristo prometió antes de morir (14:16-17). Cuando el Espíritu era el Espíritu de Dios, tenía únicamente el elemento divino. Después de llegar a ser el Espíritu de Jesucristo, mediante la encarnación, la crucifixión y la resurrección, el Espíritu tenía tanto el elemento divino como el elemento humano, con toda la esencia y la realidad de la encarnación, la crucifixión y la resurrección de Cristo. Por lo tanto, ahora Él es el Espíritu todo-inclusivo de Jesucristo como el agua viva para que nosotros le recibamos (vs. 38-39).
Juan 14:17
el 1Espíritu de realidad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque 2permanece con vosotros, y estará 3en vosotros.
171 El Espíritu prometido aquí, fue mencionado en 7:39. Este Espíritu es el Espíritu de vida (Ro. 8:2), y esta promesa del Señor se cumplió el día de Su resurrección, cuando el Espíritu como el aliento de vida fue infundido en los discípulos al soplar en ellos (20:22). La promesa que el Señor hizo aquí, es diferente de la que hizo el Padre acerca del Espíritu de poder en Lc. 24:49. Esa promesa se cumplió cincuenta días después de la resurrección del Señor, el día de Pentecostés, cuando el Espíritu sopló como un viento recio sobre los discípulos (Hch. 2:1-4). En este versículo el Espíritu de vida es llamado “el Espíritu de realidad”. El Espíritu de realidad es Cristo (v. 6); por lo tanto, el Espíritu de realidad es el Espíritu de Cristo (Ro. 8:9). Este Espíritu también es la realidad de Cristo (1 Jn. 5:6, 20) para que Cristo sea hecho real en aquellos que creen en Él, como su vida y su suministro de vida.
172 El que permanece en los creyentes, el Espíritu de realidad, es Aquel que no los dejará huérfanos, el Señor mismo en el v. 18. Esto significa que el Cristo que estaba en la carne pasó por la muerte y la resurrección para llegar a ser el Espíritu vivificante, el Cristo pneumático. En 1 Co. 15:45 se confirma esto. Con respecto a la resurrección, ese versículo dice: “Fue hecho…el postrer Adán [Cristo en la carne], Espíritu vivificante”.
173 Ésta es la primera vez que se revela la promesa según la cual el Espíritu moraría en los creyentes. Ésta se cumple y se desarrolla completamente en las Epístolas. Véase 1 Co. 6:19 y Ro. 8:9, 11.
Hechos 2:21
y sucederá que todo aquel que 1invoque el nombre del Señor, será salvo”.
211 Invocar el nombre del Señor no es una nueva práctica que comenzó en el Nuevo Testamento, sino que fue iniciada con Enós, la tercera generación de la humanidad, en Gn. 4:26. Continuó con Job (Job 12:4; 27:10), Abraham (Gn. 12:8; 13:4; 21:33), Isaac (Gn. 26:25), Moisés y los hijos de Israel (Dt. 4:7), Sansón (Jue. 15:18; 16:28), Samuel (1 S. 12:18; Sal. 99:6), David (2 S. 22:4, 7; 1 Cr. 16:8; 21:26; Sal. 14:4; 17:6; 18:3, 6; 31:17; 55:16; 86:5, 7; 105:1; 116:4, 13, 17; 118:5; 145:18), el salmista Asaf (Sal. 80:18), el salmista Hemán (Sal. 88:9), Elías (1 R. 18:24), Isaías (Is. 12:4), Jeremías (Lm. 3:55, 57) y otros (Sal. 99:6). Todos ellos tenían la práctica de invocar al Señor en la era del Antiguo Testamento. Isaías exhortó a los que buscaban a Dios, a que le invocaran (Is. 55:6). Aun los gentiles sabían que los profetas de Israel tenían el hábito de invocar el nombre de Dios (Jon. 1:6; 2 R. 5:11). Los gentiles a quienes Dios levantó desde el norte también invocaban Su nombre (Is. 41:25). Dios ordena (Sal. 50:15; Jer. 29:12) y desea (Sal. 91:15; Sof. 3:9; Zac. 13:9) que Su pueblo le invoque. Invocar es la forma de beber gozosamente de la fuente de la salvación de Dios (Is. 12:3-4), y la forma de deleitarse con gozo en Dios (Job 27:10), es decir, de disfrutarle. Por eso, el pueblo de Dios debe invocarle diariamente (Sal. 88:9). Esta jubilosa práctica fue profetizada por Joel (Jl. 2:32) con respecto al jubileo del Nuevo Testamento.
En el Nuevo Testamento, invocar el nombre del Señor fue mencionado primero por Pedro aquí, en el día de Pentecostés, como el cumplimiento de la profecía de Joel. Este cumplimiento tiene que ver con el hecho de que Dios derramase económicamente el Espíritu todo-inclusivo sobre Sus escogidos para que participasen de Su jubileo neotestamentario. La profecía de Joel y su cumplimiento con relación al jubileo neotestamentario de Dios tienen dos aspectos: por el lado de Dios, Él derramó Su Espíritu en la ascensión del Cristo resucitado; por nuestro lado, invocamos el nombre del Señor ascendido, quien lo ha efectuado todo, ha logrado todo y ha obtenido todo. Invocar el nombre del Señor es de vital importancia para que los que creemos en Cristo participemos del Cristo todo-inclusivo y lo disfrutemos a Él y todo lo que Él ha efectuado, logrado y obtenido (1 Co. 1:2). Es una práctica importante en la economía neotestamentaria de Dios que nos permite disfrutar al Dios Triuno procesado para ser plenamente salvos (Ro. 10:10-13). Los primeros creyentes practicaban esto en todas partes (1 Co. 1:2), y para los incrédulos, especialmente para los perseguidores, llegó a ser muy característico de los creyentes de Cristo (9:14, 21). Cuando Esteban sufrió persecución, él practicó esto (7:59), lo cual seguramente impresionó a Saulo, uno de sus perseguidores (7:58-60; 22:20). Más adelante, el incrédulo Saulo perseguía a los que invocaban este nombre (9:14, 21), identificándolos por esta práctica. Inmediatamente después que Saulo fue capturado por el Señor, Ananías, quien condujo a Pablo a la comunión del Cuerpo de Cristo, le mandó que se bautizara invocando el nombre del Señor para mostrar que él también había llegado a ser alguien que invocaba. Con lo que le dijo a Timoteo en 2 Ti. 2:22, Pablo indicó que en los primeros días todos los que buscaban al Señor invocaban Su nombre. Sin lugar a dudas, Pablo practicaba esto, puesto que exhortó a su joven colaborador Timoteo a que hiciera lo mismo para que también disfrutara al Señor.
La palabra griega traducida invocar se compone de dos vocablos que en conjunto significan llamar audiblemente, en voz alta, tal como lo hizo Esteban (7:59-60).
Romanos 5:3
Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las 1tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce perseverancia;
31 Las tribulaciones están incluidas en la expresión todas las cosas, mencionada en 8:28, las cuales Dios hace que cooperen para bien nuestro a fin de que seamos santificados, transformados y conformados a la imagen de Su Hijo, quien ha entrado en gloria. Debido a esto, podemos recibir las tribulaciones como la dulce visitación y encarnación de la gracia y así gloriarnos en ellas. Mediante las tribulaciones, el efecto aniquilador que la cruz de Cristo tiene en nuestro ser natural es aplicado en nosotros por el Espíritu Santo, abriendo así paso para que el Dios de resurrección se añada a nosotros (véase 2 Co. 4:16-18).
Romanos 5:17
Pues si, por el delito de uno solo, reinó la muerte por aquel uno, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la 4justicia.
174 El don de la justicia borra el juicio. El juicio resulta del pecado, pero la justicia proviene de la gracia. La justicia siempre acompaña a la gracia y es su resultado. La justicia subjetiva (4:25b) es el producto de la gracia (vs. 17, 19), y la gracia es el resultado de la justicia objetiva (vs. 1-2).
Romanos 8:9
Mas vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, si es que el Espíritu de Dios 2mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Él.
92 Es decir, hace Su hogar, reside (cfr. Ef. 3:17). Si permitimos que el Espíritu del Dios Triuno haga Su hogar en nosotros, es decir, que se establezca en nosotros dándole cabida suficiente, entonces en nuestra experiencia estamos en el espíritu y ya no estamos en la carne. Si tal es el caso, el Dios Triuno como Espíritu podrá propagarse desde nuestro espíritu (v. 10) a nuestra alma, representada por nuestra mente (v. 6), e incluso con el tiempo dará vida a nuestro cuerpo mortal (v. 11).
Romanos 10:10
Porque 1con el corazón se cree para justicia, y 1con la boca se confiesa para salvación.
101 Creer con el corazón está relacionado con Dios; confesar con la boca está relacionado con el hombre. Creer con el corazón es creer en Cristo, quien fue glorificado y levantado por Dios de entre los muertos; confesar con la boca es confesar que Jesús, quien fue menospreciado y rechazado por los hombres, es el Señor. Ambos aspectos son condiciones para que seamos justificados y salvos.
1 Corintios 2:9
Antes bien, como está escrito: “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le 3aman”.
93 Para comprender las cosas profundas y escondidas que Dios dispuso y preparó para nosotros y también para participar de ellas, no sólo se requiere que creamos en Él, sino que también le amemos. Temer a Dios, adorarle, y creer en Él (es decir, recibirle) no es suficiente; amarlo es el requisito imprescindible. Amar a Dios significa centrar todo nuestro ser —espíritu, alma y cuerpo, junto con nuestro corazón, alma, mente y todas nuestras fuerzas (Mr. 12:30)— totalmente en Él, es decir, dejar que todo nuestro ser sea ocupado por Él y se pierda en Él, de modo que Él llegue a serlo todo para nosotros, y nosotros seamos uno con Él de un modo práctico en nuestra vida diaria. De esta manera tenemos la comunión más cercana y más íntima con Dios, y podemos internarnos en Su corazón y comprender todos sus secretos (Sal. 73:25; 25:14). Así, no sólo comprendemos sino que también experimentamos y disfrutamos las cosas profundas y escondidas de Dios y participamos plenamente de ellas.
2 Corintios 2:10
Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun las 3profundidades de Dios.
103 Lit., faz; como en 4:6. La parte que está alrededor de los ojos; la mirada, que expresa los pensamientos y sentimientos internos, la cual exhibe y manifiesta todo lo que la persona es. Esto indica que el apóstol vivía y se conducía en la presencia de Cristo, conforme al semblante que denotaba toda Su persona, el cual era expresado por Su mirada. La primera sección, 1:1—2:11, es una larga introducción a esta epístola, la cual sigue a la primera epístola que el apóstol escribió a los desordenados creyentes de Corinto. Pablo fue consolado y animado después de recibir información de que ellos se habían arrepentido (7:6-13) al aceptar sus reprimendas de la primera epístola. Así que escribió esta epístola para consolarlos y animarlos de un modo muy personal, tierno y afectuoso, al grado que puede ser considerada, en cierta medida, su autobiografía. En ella vemos que él vivía a Cristo, conforme a lo que había escrito con respecto a Él en su primera epístola, en un contacto muy íntimo y estrecho con Él, actuando conforme a la expresión de Su mirada. Vemos que él era uno con Cristo, estaba lleno de Cristo y saturado de Cristo; que él había sido quebrantado e incluso aniquilado en su vida natural, una persona tierna y flexible en su voluntad; que en sus emociones era afectuoso, aunque restringido; que en cuanto a su mente era considerado y serio así como puro y genuino en su espíritu hacia los creyentes, para beneficio de ellos, a fin de que pudieran experimentar y disfrutar a Cristo como él lo hacía para el cumplimiento del propósito eterno de Dios en la edificación del Cuerpo de Cristo.
2 Corintios 3:17
Y el Señor es el 3Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad.
173 El Espíritu, quien es la máxima expresión del Dios Triuno, en Jn. 7:39 todavía no era tal porque en aquel entonces Jesús todavía no había sido glorificado. Todavía no había concluido el proceso por el cual Él, como corporificación de Dios, tenía que pasar. Después de Su resurrección, es decir, después de llevar a su conclusión todos los procesos por los cuales el Dios Triuno tenía que pasar en el hombre para llevar a cabo Su economía redentora, procesos tales como la encarnación, la crucifixión y la resurrección, Él llegó a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). En el Nuevo Testamento, el Espíritu vivificante es llamado “el Espíritu” (Ro. 8:16, 23, 26-27; Gá. 3:2, 5, 14; 6:8; Ap. 2:7; 3:22; 14:13; 22:17), el Espíritu que nos da la vida divina (v. 6; Jn. 6:63) y nos libera de la esclavitud de la ley.
Gálatas 3:13
Cristo nos redimió de la maldición de la ley, 1hecho por nosotros maldición (porque está escrito: “Maldito todo el que es colgado en un madero”),
131 Cristo como nuestro substituto en la cruz no sólo llevó la maldición por nosotros, sino que también fue hecho maldición por nosotros. La maldición de la ley fue resultado del pecado del hombre (Gn. 3:17). Cuando Cristo quitó nuestro pecado en la cruz, nos redimió de la maldición de la ley.
Efesios 1:1
1Pablo, apóstol de Cristo Jesús por la voluntad de Dios, a los santos que están en Éfeso y que son fieles en Cristo Jesús:
11 Este libro habla en particular acerca de la iglesia, y la revela en sus siete aspectos, como (1) el Cuerpo de Cristo, la plenitud, la expresión, de Aquel que todo lo llena en todo (v. 23; 4:13); (2) el nuevo hombre (2:15), un hombre corporativo, que tiene no sólo la vida de Cristo sino también Su persona; (3) el reino de Dios (2:19), con los santos que son sus ciudadanos con sus respectivos derechos y obligaciones; (4) la familia de Dios (2:19), la cual está llena de vida y disfrute; (5) la morada de Dios, donde Él puede morar (2:21-22), la cual, en el aspecto universal, es un templo santo en el Señor, y en el aspecto local, es la morada de Dios en nuestro espíritu; (6) la novia, la esposa, de Cristo (5:24-25) para el reposo y la satisfacción de Cristo y (7) el guerrero (6:11-12), un guerrero corporativo, que se enfrenta al enemigo de Dios y lo derrota para realizar el propósito eterno de Dios.
Una característica particular de este libro es que habla desde el punto de vista del propósito eterno de Dios, desde la eternidad, y desde los lugares celestiales. En el Nuevo Testamento, este libro ha sido colocado inmediatamente después de la revelación del Cristo que es contrario a la religión (Gálatas) y es seguido por un libro que trata sobre la experiencia práctica de Cristo (Filipenses), y nos conduce al Cristo que es la Cabeza (Colosenses). Así pues, estos cuatro libros son el corazón de la revelación del Nuevo Testamento con respecto a la economía eterna de Dios.
Efesios 2:15
aboliendo en Su carne la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en Sí mismo de los dos 8un solo y nuevo hombre, haciendo la paz,
158 La iglesia no sólo es la iglesia de Dios, el Cuerpo de Cristo (la plenitud, la expresión, de Aquel que todo lo llena en todo, 1:23), la familia de Dios, la casa, el templo y la morada de Dios (2:19, 21-22), sino que también es un solo y nuevo hombre, el cual es corporativo y universal, creado de dos pueblos, los judíos y los gentiles, y compuesto de todos los creyentes, quienes, aunque son muchos, son un solo y nuevo hombre en el universo.
Dios creó al hombre como una entidad colectiva (Gn. 1:26). El hombre corporativo creado por Dios fue dañado por la caída del hombre; por lo tanto, era necesario que Dios produjera un nuevo hombre. Esto se realizó por medio de la obra de Cristo al abolir en Su carne las ordenanzas y crear en Sí mismo el nuevo hombre.
Efesios 4:24
y os vistáis del 2nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la realidad
242 El nuevo hombre es de Cristo. Es Su Cuerpo, creado en Él en la cruz (2:15-16). No es individual sino corporativo (Col. 3:10-11). En el nuevo hombre corporativo Cristo es el todo, y en todos; Él es todos y está en todos. Véase la nota 119 de Col. 3.
Este libro revela, primero, que la iglesia es el Cuerpo de Cristo (1:22-23), el reino de Dios, la familia de Dios (2:19), y el templo, la morada de Dios (2:21-22). Aquí revela, además, que la iglesia es el nuevo hombre. Éste es el aspecto más elevado de la iglesia. La iglesia es la asamblea de los que han sido llamados a salir. Éste es el aspecto inicial de la iglesia. A partir de esto, el apóstol hizo mención de los ciudadanos del reino de Dios y los miembros de la familia de Dios. Estos aspectos son más elevados que el inicial, pero no tan elevados como la iglesia, el Cuerpo de Cristo. Sin embargo, el aspecto del nuevo hombre es todavía más elevado que el del Cuerpo de Cristo. Por lo tanto, la iglesia no es sólo una asamblea de creyentes, un reino de ciudadanos celestiales, una familia de hijos de Dios, o incluso, un Cuerpo para Cristo. En su aspecto supremo y culminante es un nuevo hombre, cuyo objetivo es lograr el propósito eterno de Dios. Como Cuerpo de Cristo, la iglesia necesita a Cristo como su vida, mientras que como el nuevo hombre, la iglesia necesita a Cristo como su persona. Esta nueva persona corporativa debe llevar una vida como la que llevó Jesús sobre la tierra, esto es, una vida de realidad, una vida que exprese a Dios y haga que el hombre le experimente como realidad. Así pues, el enfoque de la exhortación del apóstol en esta sección es el nuevo hombre (vs. 17-32).
Filipenses 1:19
Porque sé que por vuestra petición y la abundante suministración del 3Espíritu de Jesucristo, esto resultará en mi salvación,
193 En la Biblia, la revelación con respecto a Dios, a Cristo y al Espíritu es una revelación progresiva. El Espíritu se menciona primero como Espíritu de Dios, en relación con la creación (Gn. 1:2). Luego es mencionado como Espíritu de Jehová, en el contexto de la relación de Dios con el hombre (Jue. 3:10; 1 S. 10:6); después, como Espíritu Santo, en relación con la concepción y el nacimiento de Cristo (Lc. 1:35; Mt. 1:20); más adelante, como Espíritu de Jesús, en relación con el vivir humano del Señor (Hch. 16:7) y como Espíritu de Cristo, en relación con la resurrección del Señor (Ro. 8:9); y finalmente aquí es mencionado como Espíritu de Jesucristo.
El Espíritu de Jesucristo es “el Espíritu” mencionado en Jn. 7:39. Éste no es meramente el Espíritu de Dios antes de la encarnación del Señor, sino el Espíritu de Dios, el Espíritu Santo con divinidad, después de la resurrección del Señor, al cual se le añadió la encarnación del Señor (Su humanidad), Su vivir humano bajo la cruz, Su crucifixión y Su resurrección. El ungüento santo para la unción mencionado en Éx. 30:23-25, un compuesto de aceite de oliva y cuatro clases de especias, es un tipo completo del Espíritu de Dios compuesto, quien ahora es el Espíritu de Jesucristo. Aquí no es el Espíritu de Jesús (Hch. 16:7) ni el Espíritu de Cristo (Ro. 8:9), sino el Espíritu de Jesucristo. El Espíritu de Jesús se relaciona principalmente con la humanidad del Señor y con Su vivir humano; el Espíritu de Cristo se relaciona principalmente con la resurrección del Señor. Para experimentar la humanidad del Señor, como se muestra en 2:5-8, necesitamos el Espíritu de Jesús. Para experimentar el poder de la resurrección del Señor, mencionado en 3:10, necesitamos el Espíritu de Cristo. El apóstol, en su sufrimiento, experimentó tanto el sufrimiento del Señor en Su humanidad como la resurrección del Señor. Por tanto, para él, el Espíritu era el Espíritu de Jesucristo, el Espíritu compuesto, todo-inclusivo y vivificante del Dios Triuno. Tal Espíritu tiene, y aun es, la abundante suministración para una persona como el apóstol, quien experimentaba y disfrutaba a Cristo en Su vivir humano y en Su resurrección. A la postre, este Espíritu compuesto, el Espíritu de Jesucristo, viene a ser los siete Espíritus de Dios, que son las siete lámparas de fuego delante del trono de Dios, los cuales llevan a cabo Su administración en la tierra a fin de efectuar Su economía con respecto a la iglesia, y que también son los siete ojos del Cordero, los cuales transmiten a la iglesia todo lo que Él es (Ap. 1:4; 4:5; 5:6).
Filipenses 3:10
a fin de conocerle, y el poder de Su resurrección y la 3comunión en Sus padecimientos, siendo conformado a Su muerte,
103 Participar de los padecimientos de Cristo (Mt. 20:22-23; Col. 1:24), una condición necesaria para experimentar el poder de Su resurrección (2 Ti. 2:11) al ser conformados a Su muerte. Pablo procuraba conocer y experimentar no sólo la excelencia de Cristo mismo, sino también el poder vital de Su resurrección y la participación en Sus padecimientos. En el caso de Cristo, los sufrimientos y la muerte vinieron primero, seguidos por la resurrección; en el caso nuestro, el poder de Su resurrección viene primero, seguido por la participación en Sus sufrimientos y el ser conformados a Su muerte. Primero recibimos el poder de Su resurrección; luego, por este poder somos capacitados para participar de Sus sufrimientos y vivir una vida crucificada en conformidad con Su muerte. Tales padecimientos sirven principalmente para producir y edificar el Cuerpo de Cristo (Col. 1:24).
Filipenses 4:6
Por nada estéis afanosos, sino en toda ocasión sean conocidas vuestras peticiones 2delante de Dios por medio de oración y súplica, con acción de gracias.
62 La palabra griega frecuentemente se traduce con (Jn. 1:1; Mr. 9:19; 2 Co. 5:8; 1 Jn. 1:2). Denota movimiento en cierta dirección, en el sentido de una unión y comunicación viva, lo cual implica comunión. Por lo tanto, el sentido de delante de Dios aquí es en comunión con Dios.
Filipenses 4:7
Y la 1paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.
71 El resultado de practicar la comunión con Dios en oración es que disfrutamos de la paz de Dios. La paz de Dios es en realidad Dios como paz (v. 9) infundido en nosotros mediante nuestra comunión con Él por medio de la oración; esta paz contrarresta los problemas y es el antídoto para los afanes (Jn. 16:33).
Colosenses 3:15
Y la 1paz de Cristo 2sea el árbitro en vuestros corazones, a 3la que 4asimismo fuisteis llamados en un solo Cuerpo; y sed agradecidos.
151 La paz de Cristo es Cristo mismo. Por medio de esta paz Cristo ha hecho de dos pueblos, los judíos y los gentiles, un solo y nuevo hombre, y esta paz ha llegado a formar parte del evangelio (Ef. 2:14-18). Debemos permitir que esta paz sea el árbitro en nuestros corazones por el bien de la vida del Cuerpo.
152 O, juzgue, presida, sea entronizado como gobernador y como uno que toma todas las decisiones. La paz de Cristo en nuestros corazones, al actuar como árbitro, anula las quejas a las cuales se refiere el v. 13.
153 Fuimos llamados a esta paz en el único Cuerpo de Cristo. Para tener la apropiada vida del Cuerpo es necesario que la paz de Cristo arbitre, regule y decida todas las cosas de nuestro corazón en nuestra relación con los miembros de Su Cuerpo.
154 El hecho de que hayamos sido llamados a la paz de Cristo debe motivarnos a permitir que esta paz sea el árbitro en nuestros corazones.
2 Tesalonicenses 2:13
Pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios respecto a vosotros, hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio para salvación en 3santificación por el Espíritu y creencia en la verdad,
133 La santificación por el Espíritu consta de tres pasos: (1) el Espíritu nos busca y nos convence de nuestro pecado cuando hace que nos arrepintamos y creamos (1 P. 1:2; Jn. 16:8); (2) Él nos santifica en cuanto a nuestra posición y en cuanto a nuestra manera de ser (He. 13:12; 1 Co. 6:11) en el momento en que somos salvos y (3) Él nos santifica en nuestra manera de ser mientras procuramos el crecimiento en vida (Ro. 6:19, 22). Por medio de estos tres pasos de la santificación del Espíritu, la salvación de Dios nos es aplicada para que la obtengamos y la disfrutemos plenamente. Los tres pasos de la santificación del Espíritu no sólo nos separan de todas las cosas viejas y negativas, haciéndonos santos para Dios, sino que también nos santifican, convirtiéndonos en una nueva creación llena de la esencia y el elemento del Señor, a fin de que obtengamos la gloria del Señor.
1 Timoteo 1:4
ni presten atención a mitos y genealogías interminables, que acarrean disputas más bien que la 3economía de Dios que se funda en la 4fe.
43 La palabra griega significa ley doméstica, lo cual implica distribución (la base de esta palabra tiene el mismo origen que pastos en Jn. 10:9, lo cual implica la distribución de pastos para el rebaño). Denota manejo doméstico, administración de familia, gobierno familiar y, por derivación, una distribución, un plan o una economía para la administración; por tanto, esto también es una economía doméstica. La economía de Dios en fe es Su economía doméstica, Su administración doméstica (cfr. nota 101 de Ef. 1; Ef. 3:9), la cual consiste en impartirse en Cristo a Su pueblo escogido a fin de obtener una casa que lo exprese, que es la iglesia (3:15), el Cuerpo de Cristo. El ministerio del apóstol estaba centrado en la economía de Dios (Col. 1:25; 1 Co. 9:17), mientras que las diferentes enseñanzas de los disidentes eran usadas por el enemigo de Dios para distraer a Su pueblo de esta economía. En la administración y en el pastoreo de una iglesia local, la economía divina debe ser presentada claramente a los santos.
En el primer capítulo de este libro, el apóstol Pablo presenta la economía de Dios como lo opuesto a las diferentes enseñanzas. La economía de Dios se funda en la fe (v. 4), mientras que las diferentes enseñanzas están basadas en el principio de la ley y se centran en ella (vs. 7-10). Por lo tanto, la fe es contraria a la ley, como lo indica Gá. 3 (vs. 2, 5, 23-25). Ninguna enseñanza basada en el principio de la ley y centrada en la ley es sana (v. 10). La economía de Dios, la cual se funda en la fe, y está en oposición a las enseñanzas basadas en el principio de la ley y centradas en ella, es lo único sano y lo único que provee la oportunidad para que las personas crean en Cristo para vida eterna (v. 16) y para que así participen en el plan eterno de Dios, Su economía, el cual se funda en la fe. Éste es el evangelio de gloria que el Dios bendito encomendó al apóstol Pablo (v. 11). Si alguno rechaza esta fe y una buena conciencia con respecto a la fe, tal persona naufragará en un mar profundo (v. 19).
44 La economía de Dios es un asunto de fe, es decir, un asunto que es iniciado y desarrollado en la esfera y el elemento de la fe. La economía de Dios, que consiste en que Dios se imparta en Su pueblo escogido, no es llevada a cabo en la esfera natural ni por las obras de la ley, sino en la esfera espiritual de la nueva creación por medio de la regeneración por la fe en Cristo (Gá. 3:23-26). Por medio de la fe nacimos de Dios como Sus hijos y fuimos hechos partícipes de Su vida y naturaleza para expresarle. Por medio de la fe somos puestos en Cristo y de este modo llegamos a ser miembros de Su Cuerpo y participamos de todo lo que Él es para Su expresión. Éste es el plan de Dios (dispensación), el cual es llevado a cabo en fe y según Su economía neotestamentaria.
1 Timoteo 1:19
manteniendo la 1fe y una buena conciencia, desechando las cuales naufragaron en cuanto a la fe algunos,
191 La fe y la buena conciencia (véase la nota 53) van juntas. Cada vez que hay una ofensa en nuestra conciencia, se produce un agujero por el cual nuestra fe se fugará. Se necesita una buena conciencia que acompañe a la fe para militar la buena milicia (v. 18) en contra de las enseñanzas diferentes (v. 3) en una iglesia local con problemas.
2 Timoteo 4:20
Erasto se quedó en Corinto, y a Trófimo dejé en Mileto 2enfermo.
202 ¿Por qué dejó enfermo el apóstol a uno que tenía una relación tan íntima con él, sin hacer una oración de sanidad por él? ¿Por qué no ejerció su don de sanidad (Hch. 19:11-12) para sanar a Timoteo de su enfermedad estomacal en vez de indicarle que usara de medios naturales para curarse (1 Ti. 5:23)? La respuesta a estas preguntas es que él y sus colaboradores estaban bajo la disciplina de la vida interior durante ese tiempo de sufrimiento, y no bajo el poder del don externo. Lo primero tiene que ver con la gracia en vida; y lo último con el don en la esfera del poder, es decir, el poder milagroso. En la decadencia de la iglesia, y en el sufrimiento que uno padece por la iglesia, el don de poder no se necesita tanto como la gracia en vida.
Hebreos 1:3
el cual, siendo el resplandor de Su gloria, y la impronta de Su sustancia, y quien sustenta y sostiene todas las cosas con la palabra de Su poder, habiendo efectuado la purificación de los pecados, se 4sentó a la diestra de la Majestad en las alturas,
34 Este libro, que contiene el concepto de que todas las cosas positivas son celestiales, nos remite al Cristo que está en los cielos. En los Evangelios vemos al Cristo que vivió en la tierra y murió en la cruz para efectuar la redención. En Hechos vemos al Cristo resucitado y ascendido, el cual es propagado y ministrado a los hombres. En Romanos vemos al Cristo que es nuestra justicia para justificación, y nuestra vida para santificación, transformación, conformación a Su imagen, glorificación y edificación. En Gálatas, vemos al Cristo que nos capacita para vivir una vida contraria a la ley, la religión, la tradición y los formalismos. En Filipenses vemos al Cristo que es expresado en el vivir de Sus miembros. En Efesios y Colosenses vemos al Cristo que es la vida, el contenido y la Cabeza del Cuerpo, la iglesia. En 1 y 2 Corintios vemos al Cristo que lo es todo en la vida práctica de la iglesia. En 1 y 2 Tesalonicenses vemos al Cristo que es nuestra santidad con miras a Su regreso. En 1 y 2 Timoteo y en Tito vemos al Cristo que es la economía de Dios, y que nos capacita para saber cómo conducirnos en la casa de Dios. En las Epístolas de Pedro vemos al Cristo que nos capacita para aceptar la disciplina gubernamental de Dios, administrada por medio de los sufrimientos. En las Epístolas de Juan vemos al Cristo que es la vida y la comunión de los hijos de Dios en la familia de Dios. En Apocalipsis vemos al Cristo que camina entre las iglesias en esta era, gobernando el mundo en el reino, en la era venidera, y expresando a Dios con plenitud de gloria en el cielo nuevo y la tierra nueva por la eternidad. En este libro vemos al Cristo actual, quien está ahora en los cielos como nuestro Ministro (8:2) y nuestro Sumo Sacerdote (4:14-15; 7:26), ministrándonos la vida, la gracia, la autoridad y el poder celestiales y que nos sustenta para que vivamos una vida celestial en la tierra. Él es el Cristo de ahora, el Cristo de hoy, y el Cristo que está en el trono en los cielos, quien es nuestra salvación diaria y nuestro suministro momento a momento.
Hebreos 12:2
puestos los ojos en 2Jesús, el Autor y Perfeccionador de nuestra fe, el cual por el gozo puesto delante de Él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios.
122 El Jesús maravilloso, quien está entronizado en los cielos y coronado de gloria y de honra (2:9), es la mayor atracción que existe en el universo. Él es como un enorme imán, que atrae a todos los que le buscan. Al ser atraídos por Su belleza encantadora, dejamos de mirar todo lo que no sea Él. Si no tuviéramos un objeto tan atractivo, ¿cómo podríamos dejar de mirar tantas cosas que nos distraen en esta tierra?
Hebreos 12:28
Así que, recibiendo nosotros un 1reino inconmovible, tengamos la gracia, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con piedad y temor;
281 El evangelio que el Nuevo Testamento nos ha predicado es el evangelio del reino (Mt. 3:1-2; 4:17, 23; 10:7; 24:14). Fuimos regenerados para entrar en el reino (Jn. 3:5) y fuimos trasladados al reino (Col. 1:13). Ahora estamos en el reino (Ap. 1:9), el cual hoy en día es la vida de iglesia apropiada (Ro. 14:17). Sin embargo, donde estamos hoy y lo que se encuentra en la vida de iglesia es el reino en su realidad, pero lo que vendrá en el futuro con el regreso de Cristo será el reino en su manifestación.
El reino en su realidad, o la realidad del reino, es un ejercicio y una disciplina para nosotros (Mt. 5:3, 10, 20; 7:21) en la iglesia hoy en día, mientras que el reino en su manifestación, o la manifestación del reino, será una recompensa y un disfrute para nosotros (Mt. 16:27; 25:21, 23) en el reino milenario en la era venidera. Si tomamos el ejercicio del Espíritu y la disciplina de Dios en la realidad del reino hoy, recibiremos la recompensa del Señor y entraremos en el disfrute del reposo sabático venidero (4:9) cuando se manifieste el reino en la era venidera. De otro modo, perderemos el reino venidero, no seremos recompensados con la manifestación del reino en la venida del Señor, ni tendremos derecho a entrar en la gloria del reino para participar en el reinado de Cristo en el reino milenario, y perderemos nuestra primogenitura y por ende no podremos heredar la tierra en la era venidera ni ser los sacerdotes reales que sirven a Dios y a Cristo en Su gloria manifestada, ni ser los correyes junto con Cristo, quienes gobiernan a las naciones con la autoridad divina (Ap. 20:4, 6). Perder el reino venidero y abandonar nuestra primogenitura no significa que pereceremos; significa que perderemos la recompensa pero no la salvación. (Véase la nota 351 del cap. 10). Sufriremos una pérdida, pero de todos modos seremos salvos, aunque así como pasados por fuego (1 Co. 3:14-15). Éste es el concepto fundamental en que se basan y del cual están impregnadas las cinco advertencias dadas en este libro. Todos los puntos negativos de estas advertencias están relacionados con perder la recompensa en el reino venidero, mientras que todos los puntos positivos están relacionados con la recompensa y el disfrute del reino. Las siete epístolas de Ap. 2 y 3 concluyen con este mismo concepto: la recompensa del reino o la pérdida de ésta. Solamente a la luz de este concepto podemos entender apropiadamente y aplicar correctamente lo dicho en Mt. 5:20; 7:21-23; 16:24-27; 19:23-30; 24:46-51; 25:11-13, 21, 23, 26-30; Lc. 12:42-48; 19:17, 19, 22-27; Ro. 14:10, 12; 1 Co. 3:8, 13-15; 4:5; 9:24-27; 2 Co. 5:10; 2 Ti. 4:7-8; He. 2:3; 4:1, 9, 11; 6:4-8; 10:26-31, 35-39; 12:16-17, 28-29; Ap. 2:7, 10-11, 17, 26-27; 3:4-5, 11-12, 20 y 22:12. Si no tenemos este concepto, la interpretación de estos versículos cae ya sea en la objetividad extrema de la escuela calvinista o en la subjetividad extrema de la escuela arminiana. Ninguna de estas escuelas reconoce la recompensa del reino, más aún, no ven la pérdida de la recompensa del reino. Por lo tanto, ambas creen que los puntos negativos de estos versículos se refieren a la perdición. La escuela calvinista, la cual cree en la salvación eterna (es decir, que una persona salva nunca perecerá), considera que todos estos versículos se aplican a la perdición de los falsos creyentes, mientras que la escuela arminiana, la cual cree que una persona salva perecerá si cae, considera que estos puntos se aplican a la perdición de los creyentes que han caído. Sin embargo, la revelación completa de la Biblia nos muestra que estos puntos negativos se refieren a la pérdida de la recompensa del reino. La salvación de Dios es eterna; una vez que la obtenemos, nunca la perdemos (Jn. 10:28-29). No obstante, es posible que perdamos la recompensa del reino, aunque de todos modos seremos salvos (1 Co. 3:8, 14-15). Las advertencias que vemos en el libro de Hebreos no se refieren a la pérdida de la salvación eterna, sino a la pérdida de la recompensa del reino. Aunque los creyentes hebreos habían recibido el reino, corrían el riesgo de perder la recompensa en la manifestación del reino si retrocedían de la gracia de Dios, es decir, si retrocedían del camino del nuevo pacto de Dios. Ésta era la principal preocupación del escritor al amonestar a los titubeantes creyentes hebreos.
1 Pedro 1:5
que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para la 5salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero.
51 No se refiere a ser salvos de la perdición eterna, sino a ser nuestras almas salvas de pasar por el castigo dispensacional del juicio gubernamental del Señor (v. 9 y la nota 2). La plena salvación del Dios Triuno consta de tres etapas y abarca muchos aspectos:
(1) La etapa inicial, la etapa de la regeneración, compuesta de la redención, la santificación (en cuanto a nuestra posición, v. 2; 1 Co. 6:11), la justificación, la reconciliación y la regeneración. En esta etapa Dios nos justificó por medio de la obra redentora de Cristo (Ro. 3:24-26), y nos regeneró en nuestro espíritu con Su vida y por Su Espíritu (Jn. 3:3-6). Así recibimos la salvación eterna de Dios (He. 5:9) y Su vida eterna (Jn. 3:15), y llegamos a ser Sus hijos (Jn. 1:12-13), quienes no perecerán jamás (Jn. 10:28-29). La salvación inicial nos ha librado de ser condenados por Dios y de la perdición eterna (Jn. 3:18, 16).
(2) La etapa progresiva, la etapa de la transformación, compuesta de la liberación del pecado, la santificación (principalmente en nuestra manera de ser, Ro. 6:19, 22), el crecimiento en vida, la transformación, la edificación y la madurez. En esta etapa, Dios nos libera del dominio del pecado que mora en nosotros —la ley del pecado y de la muerte— por la ley del Espíritu de vida, mediante la obra subjetiva en nosotros del elemento eficaz de la muerte de Cristo (Ro. 6:6-7; 7:16-20; 8:2); nos santifica por Su Espíritu Santo (Ro. 15:16), con Su naturaleza santa, por medio de Su disciplina (He. 12:10) y de Su juicio sobre Su propia casa (4:17); nos hace crecer en Su vida (1 Co. 3:6-7); nos transforma al renovar las partes internas de nuestra alma, mediante el Espíritu vivificante (2 Co. 3:6, 17-18; Ro. 12:2, Ef. 4:23), por medio de todas las cosas que nos rodean (Ro. 8:28); nos edifica para que seamos una casa espiritual, Su morada (2:5; Ef. 2:22); y nos hace madurar en Su vida (Ap. 14:15 y las notas) con miras a completar Su plena salvación. De este modo somos librados del poder del pecado, y del mundo, de la carne, del yo, del alma (la vida natural) y del individualismo, y somos llevados a la madurez en la vida divina para que el propósito eterno de Dios se cumpla.
(3) La etapa de la consumación, la etapa de la glorificación, compuesta de la redención (la transfiguración) de nuestro cuerpo, la conformación al Señor, la glorificación, la herencia del reino de Dios, la participación en el reinado de Cristo y el máximo disfrute del Señor. En esa etapa Dios redimirá nuestro cuerpo caído y corrupto (Ro. 8:23) transfigurándolo al cuerpo de la gloria de Cristo (Fil. 3:21); nos conformará a la gloriosa imagen de Su Hijo primogénito (Ro. 8:29), haciéndonos absolutamente iguales a Él en nuestro espíritu regenerado, en nuestra alma transformada y en nuestro cuerpo transfigurado; y nos glorificará (Ro. 8:30), sumergiéndonos en Su gloria (He. 2:10) para que entremos en Su reino celestial (2 Ti. 4:18; 2 P. 1:11), al cual Él nos ha llamado (1 Ts. 2:12), lo heredemos como la porción más excelente de Su bendición (Jac. 2:5; Gá. 5:21), e incluso reinemos con Cristo como correyes Suyos, tomando parte en Su reinado sobre las naciones (2 Ti. 2:12; Ap. 20:4, 6; 2:26-27; 12:5) y participando de Su gozo real en Su gobierno divino (Mt. 25:21, 23). De este modo nuestro cuerpo será liberado de la esclavitud de la corrupción de la antigua creación y llevado a la libertad de la gloria de la nueva creación (Ro. 8:21), y nuestra alma será liberada de la esfera de las pruebas y los sufrimientos (v. 6; 4:12; 3:14; 5:9) y llevada a una nueva esfera, llena de gloria (4:13; 5:10), donde participará y disfrutará de todo lo que el Dios Triuno es, tiene y ha realizado, alcanzado y obtenido. Ésta es la salvación de nuestras almas, la salvación que está preparada para sernos revelada en el tiempo postrero, la gracia que se nos traerá cuando Cristo sea revelado en Su gloria (v. 13; Mt. 16:27; 25:31). Éste es el fin de nuestra fe. El poder de Dios puede guardarnos para esto, a fin de que podamos obtenerlo (v. 9). Debemos esperar con anhelo una salvación tan maravillosa (Ro. 8:23) y prepararnos para su espléndida revelación (Ro. 8:19).
2 Pedro 3:12
esperando y apresurando la venida del 3día de Dios, por causa de la cual los cielos, encendiéndose, se disolverán, y los elementos, ardiendo, se fundirán?
El día de Dios es el día del Señor (v. 10), y para los hijos de Israel en el Antiguo Testamento el día del Señor es el día de Jehová (Is. 2:12; Jl. 1:15; 2:11, 31; 3:14; Am. 5:18, 20; Abd. 15; Sof. 1:7, 14, 18; 2:2-3; Zac. 14:1; Mal. 4:1, 5). En tales expresiones, día se usa principalmente en el sentido de juicio para una disciplina gubernamental. El tiempo anterior a la venida del Señor es el “día del hombre”, en el cual el hombre juzga hasta que el Señor venga (1 Co. 4:3-5). Luego vendrá “el día del Señor”, el cual empezará con Su parusía (Su presencia, Mt. 24:3 y la nota 3) con todos sus juicios, y concluirá con el juicio sobre los hombres y los demonios en el gran trono blanco (Ap. 20:11-15 y las notas). La parusía (la presencia) del Señor comenzará cuando los santos vencedores sean arrebatados al trono de Dios en los cielos antes de la gran tribulación de tres años y medio (Ap. 12:5-6; 14:1). Luego todas las calamidades sobrenaturales contenidas en el sexto sello y en las primeras cuatro trompetas serán repartidas para castigar la tierra y lo que en ella hay, así como los cielos y sus cuerpos celestes (Ap. 6:12-17; 8:7-12). Esto será el comienzo de la gran tribulación. La gran tribulación, que constará principalmente de los ayes de las últimas tres trompetas, incluyendo las plagas de las siete copas, durará tres años y medio (Mt. 24:21-22, 29; Ap. 8:13—9:21; 11:14; 15:5—16:21). Ése será un tiempo de prueba para los habitantes de toda la tierra (Ap. 3:10), incluyendo a los judíos (Is. 2:12; Zac. 14:1-2; Mal. 4:1, 5; Jl. 1:15-20; 2:1, 11, 31) y a los creyentes en Cristo que hayan quedado en la gran tribulación (Ap. 12:17). Al final de la gran tribulación, la parusía (la presencia) de Cristo, junto con todos los vencedores, vendrá a los aires (Ap. 10:1), y los santos muertos serán resucitados y arrebatados junto con la mayoría de los creyentes que vivan, quienes habrán pasado por la gran tribulación, para reunirse con el Señor en el aire (1 Co. 15:52; 1 Ts. 4:16-17; Ap. 14:14-16). Después de esto, el Señor juzgará a todos los creyentes en Su tribunal en el aire (2 Co. 5:10). Luego el Señor celebrará Su banquete de bodas con los santos vencedores (Ap. 19:7-8). Inmediatamente después, el Señor y Su novia, compuesta de los santos vencedores, quienes son Su ejército, descenderán a la tierra (Zac. 14:4-5; Jud. 14; 1 Ts. 3:13) para combatir contra el anticristo y su ejército y derrotarlo; ellos capturarán al anticristo y a su falso profeta y los arrojarán vivos al lago de fuego (Ap. 19:11-21). Por ese tiempo, Babilonia la Grande será destruida (Ap. 17:1—19:3). Al mismo tiempo, el Señor librará, reunirá y restaurará a los hijos de Israel (Zac. 12:2-14; Ro. 11:26; Mt. 24:31; Hch. 1:6). Luego Satanás será atado y arrojado al abismo, el pozo sin fondo (Ap. 20:1-3). Entonces el Señor juzgará a las naciones (a los que estén vivos, Mt. 25:31-46; Jl. 3:2). Después de esto, vendrá el reino milenario (Ap. 20:4-6). Pasados los mil años, Satanás será desatado del abismo e instigará a ciertas naciones, Gog y Magog al norte del hemisferio oriental, para que lleven a cabo la última rebelión contra Dios. Ellos serán vencidos y quemados, y el diablo engañador será arrojado al lago de fuego (Ap. 20:7-10). Luego los cielos y la tierra serán totalmente purificados al ser quemados (vs. 7, 10). Entonces vendrá el juicio final sobre los hombres (los muertos) y los demonios, y probablemente también sobre los ángeles caídos (2:4 y la nota 4), en el gran trono blanco (Ap. 20:11-15). Con esto Dios ejecutará Su juicio final sobre Su antigua creación en Su gobierno universal, además de los muchos juicios y castigos ejecutados el día del Señor para poner fin al antiguo universo. Entonces un universo nuevo comenzará, compuesto del cielo nuevo y de la tierra nueva, por la eternidad (Ap. 21:1), en el cual no habrá más juicio relacionado con el gobierno de Dios, porque no habrá allí ninguna injusticia. Por lo tanto, sin contar los mil años, el día del Señor será muy breve; es probable que no dure más de siete años. Ésta será la parte principal de la última semana (siete años) de las setenta semanas mencionadas en Dn. 9:24-27. Conforme a las Escrituras, no se puede considerar el día de Dios y el día del Señor como dos días diferentes: el día del Señor termina con el reino milenario, y el día de Dios empieza cuando son quemados los cielos y la tierra, después de lo cual viene el juicio del gran trono blanco. En realidad, dado que el juicio del gran trono blanco será ejecutado por el Señor Jesús (Hch. 10:42; 17:31; 2 Ti. 4:1), también será efectuado en el día del Señor. Dios no juzga a nadie; Él ha dado todo el juicio al Señor (Jn. 5:22).
1 Juan 1:6
Si decimos que tenemos comunión con Él y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la 6verdad;
66 La palabra griega significa realidad (lo opuesto de vanidad), verdad, veracidad, autenticidad, sinceridad. Es una terminología muy particular de Juan, y es una de las palabras más profundas del Nuevo Testamento, la cual denota todas las realidades de la economía divina como el contenido de la revelación divina transmitida y revelada por la Palabra santa de la siguiente manera:
(1) Dios, quien es luz y amor, encarnado para ser la realidad de las cosas divinas, tales como la vida de Dios, Su naturaleza, Su poder y Su gloria, las cuales podemos poseer a fin de disfrutarle como gracia, según lo revela el Evangelio de Juan (Jn. 1:1, 4, 14-17).
(2) Cristo, quien es Dios encarnado y en quien habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad (Col. 2:9), como la realidad de: (a) Dios y el hombre (Jn. 1:18, 51; 1 Ti. 2:5); (b) todos los tipos, figuras y sombras del Antiguo Testamento (Col. 2:16-17; Jn. 4:23, 24 y las notas 4 y 5) y (c) todas las cosas divinas y espirituales, tales como la vida divina y la resurrección (Jn. 11:25; 14:6), la luz divina (Jn. 8:12; 9:5), el camino divino (Jn. 14:6), la sabiduría, la justicia, la santificación y la redención (1 Co. 1:30). Por consiguiente, Cristo es la realidad (Jn. 14:6; Ef. 4:21).
(3) El Espíritu, quien es Cristo transfigurado (1 Co. 15:45; 2 Co. 3:17), es la realidad de Cristo (Jn. 14:16-17; 15:26) y de la revelación divina (Jn. 16:13-15). Por lo tanto, el Espíritu es la realidad (5:6).
(4) La Palabra de Dios como la revelación divina, la cual no sólo revela sino que también transmite la realidad de Dios y de Cristo, y de todas las cosas divinas y espirituales. Por consiguiente, la Palabra de Dios también es realidad (Jn. 17:17 y la nota 3).
(5) El contenido de la fe (nuestras creencias), los elementos sustanciales de lo que creemos, que constituye la realidad del evangelio completo (Ef. 1:13; Col. 1:5); este contenido se revela a lo largo del Nuevo Testamento (2 Co. 4:2; 13:8; Gá. 5:7; 1 Ti. 1:1 y la nota 1, puntos 1 y 2; 2:4 y la nota 2; 2:7b; 3:15 y la nota 5; 4:3; 6:5; 2 Ti. 2:15, 18, 25; 3:7, 8; 4:4; Tit. 1:1, 14; 2 Ts. 2:10, 12; He. 10:26; Jac. 5:19; 1 P. 1:22; 2 P. 1:12).
(6) La realidad tocante a Dios, el universo, el hombre, la relación del hombre con Dios y con los demás, y la obligación del hombre para con Dios, como se revela mediante la creación y mediante las Escrituras (Ro. 1:18-20; 2:2, 8, 20).
(7) La autenticidad, la veracidad, la sinceridad, la honestidad, la confiabilidad y la fidelidad de Dios como virtud divina (Ro. 3:7; 15:8), y del hombre, como virtud humana (Mr. 12:14; 2 Co. 11:10; Fil. 1:18; 1 Jn. 3:18), y como resultado de la realidad divina (Jn. 4:23-24; 2 Jn. 1a; 3 Jn. 1).
(8) Las cosas que son verdaderas o genuinas, la verdadera condición de los asuntos (los hechos), la realidad, la veracidad, en contraste con la falsedad, el engaño, el disimulo, la hipocresía y el error (Mr. 5:33; 12:32; Lc. 4:25; Jn. 16:7; Hch. 4:27; 10:34; 26:25; Ro. 1:25; 9:1; 2 Co. 6:7; 7:14; 12:6; Col. 1:6; 1 Ti. 2:7a).
De los ocho puntos enumerados, los primeros cinco se refieren a la misma realidad en esencia. Dios, Cristo y el Espíritu —la Trinidad Divina— son uno en esencia. Por consiguiente, estos tres, por ser los elementos básicos de la sustancia de la realidad divina, son de hecho una sola realidad. Esta única realidad divina es la sustancia de la Palabra de Dios como revelación divina. Por lo tanto, llega a ser la realidad divina revelada en la Palabra divina, y hace que ésta sea la realidad. La Palabra divina transmite esta única realidad divina como el contenido de la fe, y éste es la sustancia del evangelio revelada en todo el Nuevo Testamento como la realidad del evangelio, la cual es simplemente la realidad divina de la Trinidad Divina. Cuando nosotros participamos y disfrutamos de dicha realidad, ésta llega a ser nuestra autenticidad, sinceridad, honestidad y confiabilidad manifestada como la virtud excelente de nuestro comportamiento, virtud que nos capacita para expresar a Dios, al Dios de la realidad, por quien vivimos; y así llegamos a ser personas que llevan una vida caracterizada por la verdad, sin falsedad ni hipocresía, una vida que corresponde a la verdad revelada por medio de la creación y de las Escrituras.
La palabra verdad se usa más de cien veces en el Nuevo Testamento. Su significado en cada caso es determinado por el contexto. Por ejemplo, en Jn. 3:21, verdad denota rectitud (lo opuesto a maldad, Jn. 3:19-20), la cual es la realidad manifestada en un hombre que vive en Dios según lo que Él es y corresponde a la luz divina, que es Dios, la fuente de la verdad, manifestado en Cristo. En Jn. 4:23-24, según el contexto y conforme a toda la revelación del Evangelio de Juan, denota que la realidad divina llega a ser la autenticidad y la sinceridad del hombre (lo opuesto a la hipocresía de la adoradora samaritana inmoral, Jn. 4:16-18), por la cual éste adora a Dios con veracidad. La realidad divina es Cristo, quien es la realidad (Jn. 14:6), como realidad de todas las ofrendas del Antiguo Testamento para la adoración a Dios (Jn. 1:29; 3:14), y como la fuente de agua viva, el Espíritu vivificante (Jn. 4:7-15). Los creyentes participan y beben de esta fuente a fin de que Cristo sea la realidad dentro de ellos, la cual con el tiempo llega a ser su autenticidad y sinceridad en las cuales adoran a Dios con la clase de adoración que Él desea. En Jn. 5:33 y 18:37, conforme a toda la revelación del Evangelio de Juan, la palabra verdad denota la realidad divina contenida, revelada y expresada en Cristo como Hijo de Dios. En Jn. 8:32, 40, 44-46, se denota la realidad de Dios revelada en Su palabra (Jn. 8:47) y corporificada en Cristo, el Hijo de Dios (Jn. 8:36), la cual nos libera de la esclavitud del pecado (véase la nota 321 de Jn. 8).
Aquí en el v. 6, la palabra verdad denota la realidad de Dios como luz divina revelada a nosotros. Es el resultado de la luz divina mencionada en el v. 5 y es la misma luz hecha real para nosotros. La luz divina es la fuente y se encuentra en Dios; la verdad es el resultado y la realidad de la luz divina y se encuentra en nosotros (véase la nota 82 del cap. 4; cfr. Jn. 3:19-21). Cuando permanecemos en la luz divina, la cual disfrutamos en la comunión de la vida divina, practicamos la verdad, es decir, practicamos la realidad que hemos captado en la luz divina. Cuando permanecemos en la fuente, lo que emana de ella llega a ser nuestra práctica.
1 Juan 1:7
pero si andamos en luz, como Él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la 3sangre de Jesús Su Hijo nos limpia de todo pecado.
73 Cuando vivimos en la luz divina, estamos bajo su iluminación, y ésta, conforme a la naturaleza divina de Dios y por medio de Su naturaleza en nosotros, pone al descubierto todos nuestros pecados, transgresiones, fracasos y defectos, los cuales contradicen Su luz pura, Su amor perfecto, Su santidad absoluta y Su justicia excelente. Es entonces cuando en nuestra conciencia iluminada sentimos la necesidad de ser lavados por la sangre redentora del Señor Jesús, la cual limpia nuestra conciencia de todo pecado, a fin de mantener nuestra comunión con Dios y unos con otros. Aunque nuestra relación con Dios es inquebrantable, nuestra comunión con Él puede ser interrumpida. La primera pertenece a la vida, mientras que la segunda depende de nuestra conducta, aunque también pertenece a la vida. Una es incondicional, y la otra no. Nuestra comunión, la cual es condicional, necesita ser mantenida por el lavamiento constante de la sangre del Señor.
En este pasaje de la Palabra se encuentra el ciclo de nuestra vida espiritual, el cual consta de cuatro asuntos cruciales: la vida eterna, la comunión de la vida eterna, la luz divina y la sangre de Jesús el Hijo de Dios. La vida eterna produce su comunión, y ésta trae la luz divina, y la luz divina, a su vez, aumenta la necesidad de la sangre de Jesús el Hijo de Dios para que obtengamos más vida eterna. Cuanto más vida eterna tenemos, más comunión recibimos de ella. Cuanto más disfrutamos la comunión de la vida eterna, más luz divina recibimos. Cuanto más luz divina recibimos, más limpiados somos por la sangre de Jesús. Tal ciclo nos hace avanzar en el crecimiento de la vida divina hasta que lleguemos a la madurez de la vida divina.
1 Juan 1:9
Si confesamos nuestros pecados, Él es 2fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados, y limpiarnos de toda injusticia.
92 Dios es fiel a Su palabra (v. 10) y justo con relación a la sangre de Jesús Su Hijo (v. 7). Su palabra es la palabra de la verdad de Su evangelio (Ef. 1:13), la cual nos dice que Él perdonará nuestros pecados por causa de Cristo (Hch. 10:43); y la sangre de Cristo ha satisfecho Sus justos requisitos para que Él pueda perdonar nuestros pecados (Mt. 26:28). Si confesamos nuestros pecados, Dios, conforme a Su palabra y con base en la redención efectuada mediante la sangre de Jesús, nos perdona porque Él tiene que ser fiel a Su palabra y justo con relación a la sangre de Jesús; de otro modo, Él sería infiel e injusto. Debemos confesar los pecados para que Él nos pueda perdonar. Tal perdón, cuyo fin es restaurar nuestra comunión con Dios, es condicional, pues depende de nuestra confesión.
1 Juan 2:1
Hijitos míos, estas cosas os escribo para que 3no pequéis; y si alguno peca, tenemos ante el Padre un Abogado, a Jesucristo el Justo.
13 Estas palabras y la frase si alguno peca indican que todavía es posible que los creyentes regenerados pequen. Aunque ellos poseen la vida divina, es posible que pequen si no viven por la vida divina y no permanecen en su comunión.
1 Juan 2:15
No améis al 2mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él.
152 La palabra griega tiene diferentes acepciones, como sigue: en Mt. 25:34; Jn. 17:5; Hch. 17:24; Ef. 1:4 y Ap. 13:8, denota el universo material como un sistema creado por Dios. En Jn. 1:29; 3:16 y Ro. 5:12, denota la humanidad caída, a la cual Satanás corrompió y usurpó para que los seres humanos fueran hechos componentes de su sistema mundial maligno. En 1 P. 3:3 denota adorno u ornamento. Aquí, como en Jn. 15:19; 17:14 y Jac. 4:4, denota un orden, algo preestablecido, un conjunto de cosas dispuestas en forma ordenada, por ende, un sistema ordenado (establecido por Satanás, el adversario de Dios), y no denota la tierra. Dios creó al hombre para que viviese sobre la tierra con miras al cumplimiento de Su propósito. Pero Su enemigo, Satanás, a fin de usurpar al hombre creado por Dios, estableció en la tierra un sistema mundial opuesto a Dios al sistematizar a los hombres con la religión, la cultura, la educación, la industria, el comercio, el entretenimiento, etc., por medio de la naturaleza caída de los hombres, por sus concupiscencias, placeres, pasatiempos, y aun por el exceso con que atienden a cosas necesarias tales como: el alimento, la ropa, la vivienda y el transporte (véase la nota 312 de Jn. 12). La totalidad de este sistema satánico yace en poder del maligno (5:19). No amar tal mundo es la base para vencer al maligno. Amarlo sólo un poco, da lugar a que el maligno nos derrote y ocupe nuestro ser.
1 Juan 3:9
Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y 4no puede pecar, porque es nacido de Dios.
94 Es decir, no puede vivir habitualmente en el pecado. Un creyente regenerado puede caer ocasionalmente en el pecado, pero la vida divina como la simiente divina en su naturaleza regenerada no le permitirá vivir en el pecado. Esto es similar a una oveja: es posible que caiga en el lodo, pero su vida limpia no le permitirá permanecer y revolcarse allí, como lo haría un cerdo.
1 Juan 4:9
En esto se manifestó entre nosotros el amor de Dios, en que Dios envió a Su Hijo unigénito al mundo, para que 3tengamos vida y vivamos por Él.
93 Nosotros, los seres humanos caídos, no sólo somos pecaminosos por naturaleza y en nuestra conducta (Ro. 7:17-18; 1:28-32), sino que también estamos muertos en nuestro espíritu (Ef. 2:1, 5; Col. 2:13). Dios envió a Su Hijo al mundo no solamente como propiciación por nuestros pecados a fin de que fuésemos perdonados (v. 10), sino también para que Su Hijo fuese vida para nosotros a fin de que tuviésemos vida y viviésemos por medio de Él. En el amor de Dios, el Hijo de Dios nos salva, no sólo de nuestros pecados por Su sangre (Ef. 1:7; Ap. 1:5), sino también de nuestra muerte por Su vida (3:14-15; Jn. 5:24). Él no solamente es el Cordero de Dios que quita nuestro pecado (Jn. 1:29); también es el Hijo de Dios que nos da vida eterna (Jn. 3:36). Él murió por nuestros pecados (1 Co. 15:3) para que nosotros tengamos vida eterna en Él (Jn. 3:14-16) y vivamos por medio de Él (Jn. 6:57; 14:19). En esto se manifestó el amor de Dios, el cual es la esencia de Dios.
1 Juan 5:12
El que 1tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida.
121 Puesto que la vida está en el Hijo (Jn. 1:4) y el Hijo es la vida (Jn. 11:25; 14:6; Col. 3:4), el Hijo y la vida son uno y son inseparables. Por lo tanto, el que tiene al Hijo, tiene la vida, y el que no tiene al Hijo, no tiene la vida.
1 Juan 5:13
1Estas cosas os he escrito a vosotros los que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna.
131 Las palabras escritas en las Escrituras son la garantía dada a los creyentes, quienes creen en el nombre del Hijo de Dios, de que ellos tienen la vida eterna. Creer para recibir la vida eterna es el hecho; las palabras de las Santas Escrituras son la garantía de este hecho, es decir: son el título de propiedad de nuestra salvación eterna. Mediante estas palabras se nos da la certeza, las arras, de que siempre y cuando creamos en el nombre del Hijo de Dios, tenemos vida eterna.
Apocalipsis 1:4
Juan, a las siete iglesias que están en 2Asia: Gracia y paz a vosotros de parte de Aquel que es y que era y que ha de venir, y de los siete Espíritus que están delante de Su trono;
42 Asia era una provincia del antiguo Imperio romano en la cual estaban las siete ciudades mencionadas en el v. 11. Las siete iglesias se encontraban en esas siete ciudades, respectivamente; no estaban todas en una misma ciudad. Este libro no trata de la iglesia universal, sino de las iglesias locales en muchas ciudades. Primero, en Mt. 16:18, la iglesia es revelada en su aspecto universal, y luego en Mt. 18:17 es revelada en su aspecto local. En Hechos la iglesia se practicaba en forma de iglesias locales, tales como la iglesia en Jerusalén (Hch. 8:1), la iglesia en Antioquía (Hch. 13:1), la iglesia en Éfeso (Hch. 20:17), y las iglesias en las provincias de Siria y Cilicia (Hch. 15:41). Las epístolas fueron dirigidas a las iglesias locales, con excepción de algunas dirigidas a individuos. Ninguna fue dirigida a la iglesia universal. Sin las iglesias locales, la iglesia universal no tiene sentido práctico ni es real. La iglesia universal es experimentada en las iglesias locales. Para conocer plenamente la iglesia en su aspecto universal, es necesario conocerla en su aspecto local. Es un gran avance que nosotros conozcamos y tengamos la práctica de las iglesias locales. En lo que concierne a la iglesia, el libro de Apocalipsis se encuentra en una etapa avanzada. Para conocer este libro, tenemos que pasar del mero entendimiento de la iglesia universal a la realidad y práctica de las iglesias locales, porque este libro está dirigido a las iglesias locales. Sólo los que están en las iglesias locales tienen la posición correcta, el enfoque correcto y la perspectiva apropiada para recibir las visiones contenidas en este libro.
El Dios Triuno se expresa en Cristo (Jn. 1:1, 14; 1 Ti. 3:16; Col. 2:9); Cristo es hecho real para nosotros y experimentado por nosotros como el Espíritu (Jn. 14:16-18; 1 Co. 15:45; 2 Co. 3:17; Ro. 8:9; Fil. 1:19) y es expresado en Su Cuerpo, la iglesia universal (Ef. 1:22-23; 1 Co. 12:12; Ef. 4:4); y la iglesia universal es expresada en las iglesias locales. Por consiguiente, para conocer y experimentar a Dios, necesitamos conocer y experimentar a Cristo; para conocer y experimentar a Cristo, necesitamos tener parte en la iglesia universal por medio del Espíritu; y para tener parte en la iglesia universal, necesitamos participar en las iglesias locales.
Apocalipsis 2:7
El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que venza, le daré a 5comer del árbol de la vida, el cual está en el Paraíso de Dios.
75 La religión siempre enseña, pero el Señor alimenta (Jn. 6:35). El apóstol Pablo hacía lo mismo; alimentaba a los creyentes (1 Co. 3:2). Para tener una vida de iglesia apropiada y para recobrar la vida de iglesia, es decir, para crecer como es debido en la vida cristiana, lo que necesitamos no es meramente valernos de la mente para comprender las enseñanzas, sino comer al Señor como nuestro pan de vida en nuestro espíritu (Jn. 6:57). Incluso las palabras de las Escrituras no deben ser consideradas sólo como doctrinas para educar nuestra mente, sino como alimento para nutrir nuestro espíritu (Mt. 4:4; He. 5:12-14). En esta epístola el Señor prometió darle al que venza a comer del árbol de la vida. Esto se remonta a Gn. 2:8-9, 16, que habla de lo que ordenó Dios en cuanto al asunto de comer. En la epístola dirigida a la iglesia en Pérgamo, el Señor les prometió a los vencedores que comerían del maná escondido (v. 17), como los hijos de Israel comieron el maná en el desierto (Éx. 16:14-16, 31). Y en la epístola a la iglesia en Laodicea, el Señor prometió cenar con el que le abriese la puerta. Cenar no se refiere simplemente a comer una sola cosa, sino a comer de la abundancia de un banquete. Esto tal vez se refiera a cómo los hijos de Israel comían del rico producto de la buena tierra de Canaán (Jos. 5:10-12), lo cual indica que el Señor desea restaurar la dieta apropiada de Su pueblo, es decir, desea que Su pueblo vuelva a comer del alimento que Dios les había provisto, el cual es tipificado por el árbol de la vida, el maná, y el producto de la buena tierra, que son tipos de los varios aspectos de Cristo como alimento para nosotros. La degradación de la iglesia hace que el pueblo de Dios deje de comer a Cristo como su alimento y recurra a las enseñanzas doctrinales para adquirir conocimiento. En la degradación de la iglesia se encuentran la enseñanza de Balaam (v. 14), la enseñanza de los nicolaítas (v. 15), la enseñanza de Jezabel (v. 20) y la enseñanza de las profundidades de Satanás (v. 24). Ahora en estas epístolas el Señor desea que de nuevo comamos de Él como nuestro suministro nutritivo. Debemos comerle no sólo como el árbol de la vida y el maná escondido, sino también como un banquete lleno de Sus riquezas.